¿Cuál es la potencia política de manifestarnos en el 8M?
En el marco del Día Internacional de la Mujer que se celebra cada 8 de marzo a nivel mundial, desde Intrasentido nos preguntamos sobre la potencia política de salir a protestar durante este día.
La nueva ola feminista tiene como una de sus características principales la masividad y la organización en redes sociales, redes que además se han transformado radicalmente desde su auge. Mientras que las plataformas redes sociales en la década de los 2010 funcionaban como un espacio de encuentro, incluso en cierta medida como espacios públicos digitales (a Twitter se le llamaba La Plaza Pública Digital), en este momento las dinámicas de interacción se han reconfigurado llevándonos más lejos de la comunicación local entre usuarios y más cerca del consumo de contenidos.
¿Cómo se diferencian entonces las manifestaciones convocadas en grupos de facebook en 2016 a las manifestaciones que se difunden hoy en tik tok?
Por un lado la masificación es evidente, las marchas pasaron de convocar a 5, a 10, a 15, a 35 mil personas (la gran mayoría mujeres) a las calles. Por otro lado, la pérdida de los espacios de organización en línea, la cooptación de grupos por parte del movimiento transexcluyente, y el péndulo natural de los movimientos sociales ha disminuido su capacidad organizativa. Cientos de colectivas trabajan cotidianamente en temas relacionados al feminismo y al género, y que aunque se encuentran articuladas alrededor de demandas comunes, no necesariamente comparten los mismos objetivos en su accionar. La misma organización de la jornada de protesta 8M en nuestra ciudad, Guadalajara México, consta de entre 35 y 50 personas que se reúnen en espacios públicos a planear el evento, lleva siendo así desde hace muchos años. La masividad de la convocatoria, no corresponde a la capacidad de organización.
En el contexto en el que “baja la ola” (consideremos que la llamada primavera violeta nos queda ya casi a una década) vale cuestionarnos la potencia de salir a las calles el 8 de Marzo.
¿Qué nos convoca? ¿Quienes nos convocan/convocamos? Y ¿sobre todo a qué?
Podemos argumentar que tomar las calles sigue siendo políticamente relevante por distintas razones: para recuperar nuestro sentido de seguridad, para encontrarnos con las otras, para celebrar los logros del movimiento, para conmemorar a las mujeres trabajadoras, y muchos otros motivos más. Tomar el espacio público es un acto significativo, eso no lo estamos cuestionando. Para nosotras es importante preguntarnos por el objetivo político y también ahondar en cuáles son las estrategias con las que tomamos el espacio público y cívico en nuestras localidades.
Las manifestaciones son vehículos para posicionar narrativas. En Argentina ante el complejo panorama político han surgido esfuerzos de coalición potentes que se agrupan y se nombran abiertamente antifascistas y como parte de la comunidad LGBT+. En varias ciudades de México el día se usa para reivindicar el día de las mujeres trabajadoras. En Salvador cada contingente tiene un color que representa a las luchas que atraviesan el país: movilizaciones contra la minería, derechos sexuales y reproductivos, derechos de las personas trans.
Además reconocemos que existen geografías en las que las manifestaciones del 8M son una potencia política importante para probar y demostrar la fuerza política del movimiento.
Las manifestaciones también se tienen que llenar de significados para desarrollar esa potencia. Una característica de la primavera violeta fue el uso de intervenciones artísticas de gran escala (por ejemplo una caravana “a lo Mad Max” desde el Estado de México hasta el punto de la manifestación), en Chile hemos visto estas muestras sobre todo en momentos de movilización álgida. ¿Qué ocurre en los momentos de baja intensidad de protesta cuando se difuminan los contingentes y disminuyen radicalmente las acciones artísticas organizadas? ¿Qué ocurre cuando la masividad de la convocatoria no se traduce en una diversidad de propuestas y acciones tanto en el contexto de la marcha como hacia afuera? ¿Hay riesgo de que se despolitice la manifestación?
Hablamos desde un lugar situado. El feminismo en latinoamérica es específico a la región, en México en particular se enfrenta al panorama de feminicidio, desapariciones forzadas, crimen organizado y muchas otras problemáticas que se intersectan: transfobia, despojo de territorio, explotación laboral, etc. En nuestra ciudad y en otros lugares de México las convocatorias del 8M han desbordado todo tipo de organización, pero no se traducen en esa misma fuerza en calle para otras convocatorias del movimiento. Muchas de las colectivas que trabajan en incidencia luchan por mantener sus espacios y su trabajo, y varias de las resistencias que se acuerpan durante el 8M, son abandonadas el resto del año.
En años recientes se han generado conquistas sociales importantes, pero esos logros no son eternos y no se defienden solos, como nos recuerdan las compañeras argentinas que han vivido el coletazo del machismo, la violencia y el autoritarismo neoliberal durante el gobierno de Javier Milei.
Por todo esto creemos que si bien existe una potencia política en las manifestaciones del 8M la masividad de un día no puede desdibujar la necesidad de acción política en el resto del año. También creemos que es importante hacer presencia en los espacios donde justamente las manifestaciones no son masivas, en nuestro país ocurre que las grandes metrópolis terminan absorbiendo las convocatorias más pequeñas, como señalan las compañeras de Estado de México, todos los años.
Y en el contexto de las manifestaciones masivas en las grandes metrópolis quizás sea momento de retomar estrategias pasadas para la intervención artística, pero también para utilizarlas como espacio de encuentro. Para “las situacionistas” por ejemplo las protestas eran un disruptor en la vida pública, porque ponía a los manifestantes en “situación”: situación de aprender, de conectar, de desligarse de ciertas identidades y adoptar otras, de encontrarse como actores políticos liberados de la cotidianidad por al menos un momento.
¿Qué es lo más radical y deseado que podríamos imaginarnos en el contexto de una movilización masiva?
¿Una olla comunitaria con cocina local para todas las personas? ¿Una clase de literatura de ciencia ficción feminista para niñes? ¿un taller de stencil? ¿Un espectaculo de vogue? ¿Una asamblea sobre los derechos laborales de las trabajadoras? ¿Un espacio para explorar tecnologías ancestrales? ¿Una redacción independiente? ¿Una rodada? ¿Un concierto? ¿Un momento de descanso?
Lo que sea que nos convoque a estar juntas y encontrarnos como actores políticos en la calle, hagamoslo.
Y al otro día al bajarnos de la ola hay que hacer piso
En los momentos donde el auge de las movilizaciones se apacigua es cuando surgen las relaciones a “nivel de piso”. La emergencia nos convoca a las calles, pero los movimientos requieren de periodos latentes donde se fortalezcan las relaciones, se concreten las demandas y se apoye el trabajo de incidencia. Ante la masividad de una sola convocatoria al año es necesario plantearnos ¿Cuál es ese trabajo y cómo lo estamos manteniendo? ¿Qué estrategias utilizamos para sumar a las personas y a las causas al movimiento feminista? ¿Cómo se inserta la perspectiva feminista en los muchos otros movimientos que atraviesan la región?
La posibilidad del encuentro con otres se dificulta cuando habitamos espacios fragmentados, sean ciudades atravesadas por avenidas que no permiten habitarse fuera del carro, espacios virtuales mediados por algoritmos hiper específicos. Esto, aunado a un contexto adverso puede llevarnos a buscar relacionarnos en burbujas cada vez más reducidas con personas con quienes encontramos profunda afinidad lo cual no está mal, pero vale la pena recordar que nuestro grupo de amigas no es necesariamente una comunidad.
La comunidad no surge sólo por afinidades u opiniones compartidas, sino por el esfuerzo compartido de sostener la vida en común. Las personas que viven a nuestro alrededor (independientemente de sus afiliaciones políticas) son parte de nuestra comunidad local, colectivamente nos interesa que la vida en el vecindario sea posible y de preferencia digna.
La juntanza puede ser dolorosa, e incómoda.
Relacionarnos con personas diversas, con opiniones diversas y con posiciones políticas quizás opuestas a las nuestras no es un proceso exactamente placentero, pero si existe un objetivo común, un deseo de sostener la vida en común (que puede ser algo tan sencillo como el deseo de mantener vivas las plantas del parque) entonces se convierte en una apuesta política sólida.
Encontrémonos en las calles, muchos más días del año.